LAS
OPCIONES FUNDAMENTALES DE MONSEÑOR PROAÑO
En el 25
aniversario de su fallecimiento
A los
pueblos originarios de Aby-Yala de ayer, de hoy y de mañana, adoradores del Sol
como fuente de vida y primeros ecologistas de la historia, en recuerdo de la experiencia
indígena-fraterno-sororal de monseñor Proaño siempre en mi memoria y en mi
vida, con respeto, agradecimiento y emoción.
Juan José
Tamayo
El recuerdo
subversivo de las víctimas
El 25 aniversario
de la muerte y resurrección de monseñor Leonidas Proaño (1910-1988), obispo de
los indios de Abya-Yala, que estamos celebrando del 28 al 31 de agosto de 2013
en Ecuador, no podía pasar inadvertido. Y no porque queramos honrarlo como un
héroe de la patria, o colocarlo en una hornacina, o declararlo siervo de
Dios, beato o santo. Como tampoco hacerle homenajes o entonar panegíricos de su
persona. Menos aún celebrar pompas fúnebres por su alma. Ninguna de esas cosas
le agradaron en vida, ni nos agradan a sus amigos y seguidores. ¡Cuánto menos con
motivo de la celebración de su resurrección.
¿Por qué, entonces, la dedicación tan generosa de la Fundación de Pueblo
Indio del Ecuador a celebrar este evento? ¿Por qué la participación de las
comunidades indígenas de todo el continente, de activistas sociales, e líderes
de los pueblos originarios, de comunidades eclesiales de base, de movimientos
sociales, de organizaciones cívicas y de derechos humanos, de teólogos y
teólogas, de personas y organizaciones de muchos países del mundo en esta
efemérides?
La respuesta es muy sencilla: para hacer memoria del paso por la historia de un
hombre que dejó huella, hacer el largo itinerario que él hizo durante los
fecundos setenta y ocho años de su vida, recordar a las víctimas de la
dominación colonial y seguir su ejemplo creativamente practicando las grandes
opciones que Proaño asumió.
Opción por
la pobreza y por los pobres, y lucha contra la pobreza
La opción fundamental de monseñor Proaño fue
sin duda la pobreza.
Pobre nació, pobre vivió. Pobre murió. La pobreza es la única
herencia que nos dejó, pero entendida y vivida como don y valor, la austeridad
como estilo de vida, el compartir como forma de realización. ¿Por qué poner la
pobreza como un valor? Porque gracias a ella podemos vivir en austeridad y en
libertad frente al consumismo. Pero también la opción por los pobres tomando
como propia su causa, participando activamente en sus luchas liberadoras,
compartiendo su vida, y la lucha contra la pobreza como realidad injusta y
situación indigna y la denuncia de sus principales causantes.
Opción por
los pueblos indígenas
El compromiso que con más radicalidad asumió
monseñor Proaño fue la defensa de los derechos de los indígenas. Un compromiso
que le fue connatural. De su
padre y de su madre aprendió a acoger a los indígenas como
iguales en dignidad, hermanos y hermanas e hijos e hijas de Dios. Proaño se
identificó con
los pueblos indígenas hasta hacerse uno con ellos y corresponsabilizarse por
los cinco siglos de injusticia para con los indios y por la complicidad de la
Iglesia en dicha injusticia. Siguiendo el método jocista ver-juzgar-actuar,
Proaño constató que dos terceras partes de la diócesis de Riobamba eran
indígenas y descubrió su deplorable situación económica, cultural, política,
social educativa y religiosa.
La Iglesia de Riobamba era dueña de grandes extensiones de tierras
como heredera de sistemas poscoloniales. La respuesta de Proaño fue
solidarizarse con sus luchas reivindicativas y la entrega gratuita de cientos
de hectáreas propiedad de la Iglesia a familias que se constituyeron en
cooperativas.
Opción por
la Pachamama
La experiencia de la compasión y de la solidaridad fue la que marcó la
vida de monseñor Proaño. Una experiencia que se dirigía a las personas y
a la naturaleza, a los excluidos del sistema, a la Pachamama, amenazada de
destrucción. Creyó en el ser humano y en la comunidad como fermento de
transformación social, amó y respetó la naturaleza hasta identificarse con la
tierra, el agua, los animales, las plantas.
Su programa era “volver a las fuentes para redimir la vida”, convencido como
estaba de que no existe redención fuera de la Pachamama, de la Tierra, de la Naturaleza. Para
lograr la liberación integral es necesario volver a la Naturaleza. Ahí
está la fuente, el manantial, el origen de la vida. La Naturaleza
puede vivir sin nosotros. Y de hecho ha vivido sin nosotros durante millones de
años. Nosotros, empero, no podemos vivir sin ella.
Opción por
la liberación y lucha contra el cautiverio
Para monseñor Proaño la historia es cautiverio y liberación. Cautiverio, sí,
sobre todo la historia de Ecuador, que contaba entonces con un alto porcentaje
de habitantes analfabetos, especialmente en la provincia del Chimborazo, con el
mayor grado de analfabetismo del país, ya que la mayoría de la población
indígena no había ido a la escuela. Cautiverio fue también su vida al
identificarse con los sufrientes de la historia y vivir en carne propia la
represión militar y el control detectivesco del Vaticano.
Precisamente porque vivió con los indígenas la doble experiencia del cautiverio
- la política y la eclesiástica-, monseñor Proaño optó por la liberación. Y lo
hizo siguiendo la pedagogía de la concientización a través de un lento
proceso educativo popular con la creación de las Escuelas Radiofónicas
Populares y del Centro de Estudios y Acción Social (CEAS) para toda la
provincia del Chimborazo, que contribuyeron al despertar de los indígenas de un
sueño de siglos.
Opción por
las comunidades de base
La experiencia de la pobreza fue para Proaño
el lugar privilegiado para vivir la comunidad, practicar la solidaridad,
aprender la fraternidad y sentir la amistad. El concilio Vaticano II (1962-1965), en
el que participó siendo un joven obispo, le ayudó a descubrir la dimensión
comunitaria de la Iglesia.
A partir de los textos conciliares tomó conciencia de
necesidad de transformar radicalmente la Iglesia renunciando a su carácter
piramidal y asumiendo su dimensión comunitaria.
Su participación en la Conferencia Episcopal
de Medellín (Colombia) en 1968 contribuyó sobremanera a cambiar el rumbo de la
Iglesia latinoamericana y a orientarla por el camino de la liberación.
Inmediatamente después del Concilio Vaticano II, monseñor
Proaño fue uno de los pioneros en la puesta en marcha de las comunidades
eclesiales de base. Y la estructuración comunitaria de la diócesis de Riobamba
influyó decisivamente en la centralidad que los documentos de Medellín
reconocen a las comunidades eclesiales de base como principio de organización
de la Iglesia, ámbito privilegiado de evangelización y cauce de promoción. “La
vivencia de la comunión a que ha sido llamado el cristiano –afirma Medellín- , debe encontrarla el
cristiano en su ‘comunidad de base’: una comunidad local o ambiental, que
corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que tenga una dimensión tal
que permita el trato personal fraterno entre sus miembros… Ella es, pues,
célula inicial de estructuración eclesial y foco de evangelización, y
actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo”.
El ideal expresado tan nítidamente en Medellín ya se había hecho realidad en la
diócesis de Riobamba en el hogar de Santa Cruz, maravillosa experiencia de vida
comunitaria forjada durante casi treinta años a partir de una amistad auténtica
y profunda, indispensable para una vida y una pastoral comunitarias, no sin
dificultades que hubo que vencer y de conflictos que hubo que encauzar.
Opción por una espiritualidad evangélica y una
teología vivida en el seguimiento de Jesús
La espiritualidad del seguimiento de Jesús de Nazaret el Cristo Liberador fue
el alimento cotidiano para el compromiso de monseñor Proaño con los pobres. Su
compatriota y hermano en el episcopado Fray Alberto Cuenca Tobar, arzobispo de
Cuenca (Ecuador), lo definía como “un contemplativo no enclaustrado”. Y
seguía: “Podría decirse que su timidez, su sencillez, su primitiva y rústica
humanidad le enclaustraban. Pero su valentía, su acción apostólica, su pasión
de enamorado de la verdad, lo emanaban de sí mismo y salía con lo que la
contemplación le había dado… La forma de Proaño de apelar en todo al Evangelio
era revelación de su permanente estado de reflexión evangélica.
Era la suya una espiritualidad evangélica, cristológica, comunitaria: “Para
que el hombre cambie –escribía el obispo de los indios en 1977-, es necesario vivir la Teología. En otras
palabras, es necesario vivir el Evangelio…experimentar a Cristo… experimentar a
Dios en Cristo experimentar a Dios a través de Cristo…experimentar esta
vivencia entre los discípulos de Cristo, en el seno de la Iglesia en su sentido
más concreto”[1].
Opción por
la diversidad cultural y el pluralismo religioso
Monseñor Proaño fue especialmente sensible a la diversidad cultural y al
pluralismo religioso. “No era un obispo. Era un indio entre los indios”:
así lo define Ana María Guacho, colaboradora de Proaño desde 1982 en el
Movimiento Indígena del Chimborazo. Su inmersión en las tradiciones religiosas
y culturales indígenas le ayudaron a relativizar la Iglesia romana inculturada
en la tradición occidental y a valorar las dimensiones liberadoras de la
culturas y religiones indígenas como fuentes de sabiduría, caminos de
salvación, lugares de liberación integral y espacios de rico simbolismo. Su
pensamiento, su forma de vida, su quehacer pastoral y su concepción del mundo
se caracterizaron por el reconocimiento del pluriverso religioso, étnico,
lingüístico y cultural como hecho histórico innegable, como valor a potenciar y
como riqueza de la naturaleza, de la humanidad y de las
religiones.
Opción por
la pobreza y por los pobres, y lucha contra la pobreza, opción por los pueblos
indígenas, por la Pachamama, por la liberación y lucha contra el cautiverio,
por las comunidades de base, por una espiritualidad evangélica y una teología
vivida en el seguimiento de Jesús, por la
diversidad cultural y el pluralismo religioso: estas fueron las grandes
opciones de monseñor Proaño, que me atrevo a convertir en virtudes cardinales y
que invito a seguir no solo a todas vosotras y vosotros, sino a los hombres y
mujeres de buena voluntad bajo la ética del Sumak Kawsay.
Muchas gracias.
Juan José Tamayo es
secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII y
director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III
de Madrid. Su último libro esCincuenta intelectuales para una conciencia
crítica (Fragmenta,
Barcelona, 2013), donde aparece un perfil de monseñor Proaño.
[1] Leonidas
E. Proaño Villalba, Creo en el
hombre y en la comunidad, Desclée de Brouwer, 1977, p. 101.
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